Lo que ha pasado casi inadvertido no es simplemente un cambio en las pautas de participación en el mercado, sino, más fundamentalmente aún, la consumación de todo el proceso histórico de construcción de mercado. Este punto de inflexión es tan revolucionario en sus implicaciones y, sin embargo, tan sutil, que pensadores capitalistas y marxistas por igual, sumidos en sus polémicas de la segunda ola, apenas han reparado en sus signos. No encaja en ninguna de sus teorías, y por ello se les ha escapado casi por completo.
La especie humana se ha pasado por lo menos diez mil años construyendo una red de intercambio mundial, es decir, un mercado. Durante los últimos trescientos años, ya desde que comenzó la segunda ola, este proceso ha avanzado con acelerada velocidad. La civilización de la segunda ola “mercatizó” el mundo.
Hoy —en el momento mismo en que empezó a resurgir el prosumo— está fugando a su fin este proceso.
No se puede apreciar el inmenso significado histórico de esto si no comprendemos claramente qué es un mercado o red de intercambio. Resulta útil en tal sentido imaginarlo como un oleoducto. Cuando hizo su
irrupción la revolución industrial, desencadenando la segunda ola, eran muy pocas las personas que en todo el Planeta se hallaban ligadas por el sistema monetario. Existía el comercio, pero sólo alcanzaba a las periferias de la sociedad. Las diversas redes de mercaderes, distribuidores, mayoristas, minoristas, banqueros y otros elementos de un sistema comercial, eran pequeñas y rudimentarias, proporcionando sólo unas pocas y
estrechas cañerías a cuyo través podrían fluir el dinero y las mercancías.
Durante trescientos años hemos dedicado tremendas energías a la construcción de este oleoducto. Se consiguió realizar de tres maneras. Primero, los mercaderes y mercenarios de la civilización de la segunda ola se extendieron por el Globo, invitando o forzando a poblaciones enteras a ingresar en el mercado, “producir más y presumir menos. Indígenas africanos autosuficientes, fueron inducidos u obligados a cultivar determinadas plantas y extraer cobre. Campesinos asiáticos que antes cultivaban sus propios alimentos
fueron puestos a trabajar en plantaciones, sangrando árboles caucheros para poner neumáticos a los automóviles. Los latinoamericanos empezaron a cultivar café para su venta en Europa y en los Estados Unidos. En cada una de esas ocasiones se construía o, se perfeccionaba más la cañería, y más y más
poblaciones fueron progresivamente dependiendo de ella.
Toffler, A. (1980). La tercera ola. Plaza y Janés: Barcelona