En este post tocaba hablar de las sensaciones del espectáculo de la Bienal CÁDIZ ETERNA. Donde, en un marco excepcional y singular como es el hotel Triana, esto es el flamenco en la calle, se reunieron en una noche como las antes, basado en esas antiguas fiestas que solían hacer los flamencos de Cádiz en patios y lugares parecidos, donde cantaban y bailaban hasta el amanecer, interpretando los más variados y puros estilos del arte flamenco andaluz y muy especialmente el estilo gaditano, celebrando así grandes acontecimientos familiares (bautizos, casamientos y otros), que por lo general siempre intervenían los más destacados artistas de la época, emparentados con las distintas familias flamencas que lo celebraban.
Allí empezó la compañía de Lidia Cabello, y su señora, este maravilloso piropo es lo más grande que se le puede decir a María la maravillosa bailaora, todo pasión, todo fuerza que llenó el tablao. Después en una Bienal dedicada al cante, como al parecer esta XVI edición lo es, no podía faltar una buena representación de esa generación cantaora, la última gran camada del cante jondo, que eclosionó en los años 70 desde las filas del tradicionalismo que entonces tenía la forma que había impuesto Antonio Mairena una década antes. Son esos cantaores que en alguna ocasión se han llamado de voces de trueno. La potencia vocal es uno de sus manifiestos caracteres, aunque más que de pura condición física o incluso técnica habría que hablar de una rabia cantaora que coincide con los últimos estertores de la dictadura y el primer cante en libertad después del paréntesis republicano y la larga noche franquista. Son los Rancapino, Juan Villar, Nano de Jerez y Mariana Cornejo.
Pero me despierto con el adiós de un luchador, que mi generación lo recordaremos especialmente por tres momentos fantásticos.
El primero aquel célebre “¡A la mierda!” fue diputado en dos legislaturas (entre 2000 y 2008), dejando impronta en el Congreso. Al final de una tensa sesión, en la que se había discutido sobre la guerra de Irak, Labordeta sacó su faceta más deslenguada y pronunció este célebre frase.
En el segundo en el pregón de las Fiestas del Pilar 2009, dirigiéndose a «paisanos, paisanas y extraterrestres». Y recuerdó que Zaragoza la hicieron bella los romanos, pero «árabes, cristianos, franceses y constructores» la fueron afeando.
Y en el tercer momento y más recordado y que lo hizo más popular, ahora imitada con éxito por Usun Yun, en el Intermedio, recorriendo en los 90 toda España con su mochila a cuestas, con su Un país en la mochila.
Gracias José Antonio, se me ha quedado el cuerpo cortado y un vacío… Un fuerte abrazo a la familia aragonesa.